08 mayo 2008

LO PEOR ESTABA POR VENIR

A pesar del tremendo sismo aún no tomaba conciencia de lo seriamente dañada que había quedado mi casa, pues solo pensaba que estar con vida era lo que más importaba, es por eso que decidimos ir en busca de mi madre y de mi abuela. En medio de una total oscuridad entré a la casa y como pude busqué abrigos y frazadas para protegernos del intenso frío. Después de unos minutos nos pusimos en marcha pero tener que caminar la cuadra en la que vivíamos en esas circunstancias resulto sumamente difícil pues en cada trecho nos deteníamos a conversar con los grupos de vecinos que se habían formado en la pista, todos nos preocupábamos de la suerte de cada vecino, en medio de la tragedia pudimos sentir mucho amor y solidaridad.









En la esquina de la calle Dos de Mayo con Bolognesi nos encontramos con mi hermano Fernando, su hijo Luis y el instructor del colegio; allí unos amigos de Oscar y el instructor se nos unieron en la búsqueda…. Caminaba rápido, en mi mente solo quería encontrar a mi madre, al llegar a la av. San Martin, todo era un caos, llanto por todos lados, personas que pedían ayuda, gente que a gritos llamaban a sus seres queridos en su afán de encontrarlos. y que, al día siguiente al regresar al mismo lugar, una maraña de cables entrecruzaba parte de la calle, al verlos así, no me explicaba cómo es que había podido pasar por allí, parecía que una gigantesca araña había tejido su enorme telaraña sobre ella.
Al llegar al lugar indicado me quedé impactado al ver que la fachada del local donde funcionaba el colegio San Agustín se había derrumbado, nos acercamos al escuchar que alguien pedía ayuda, fue entonces que encontramos dos cuerpos sin vida: el primero era de una mujer, a quien no logramos rescatar porque estaba aprisionada por una pared, pero si pudimos reconocerla era la Sra. Ena. Para mi hijo fue un golpe tremendo verla así, pues además de ser una persona amiga con quien conversaba todos los días en el colegio, le había brindado mucho cariño y confianza. Miss Ena Lujan Loo como le conocían los alumnos tenía 37 años de edad, era casada con el Prof. Luis Trillo con quien habían procreado a hija. El otro cuerpo sin vida era el de una mujer que no pudimos identificar pero si la pudimos rescatar y la colocamos sobre una parte plana para que sus familiares la puedan ubicar. Días después nos enteramos que era una profesora del Colegio Alexander Von Humboldt que circunstancialmente había ido al colegio a realizar una gestión.

Mi ansiedad aumentaba al no poder encontrar a mi madre, mientras tanto las otras personas que estaban colaborando en el rescate habían localizado a una persona viva, era Víctor Jorges el conserje del colegio, que había quedado atrapado por los escombros, de milagro estaba vivo, aunque al parecer tenía algún hueso roto y cortes en la cabeza. A penas pudo salir le pregunté por mi mamá me dijo que había estado con ella pero que no sabía donde estaba, Víctor más conocido como “Banderita” fue llevado al hospital de Essalud para ser atendido. Cuando rescataron al conserje, nos dimos cuenta que junto a él había otro cuerpo semi enterrado de la cintura para arriba, no sabíamos quien era, para poder rescatarla tuvimos que escarbar la tierra con nuestras manos, cuando vi la chompa que llevaba puesta supe que se trata de mi madre, logramos desenterrarla, efectivamente era ella, todo mi ser quería que estuviese con vida, no lo sabía aún, estaba intacta solo tenía una pequeña herida en la frente y un poco de sangre salía por la nariz, traté de reanimarla pero no reaccionaba, no se si era mi deseo de que estuviese viva pero me pareció sentir en ella un pulso débil, fue entonces que con la ayuda de otras personas la trasladamos al hospital de Essalud.

Nunca en mi vida experimenté tanta rabia e impotencia como en aquella noche, mientras cargaba el cuerpo de mi madre, me sentía desfallecer, me faltaban las fuerzas, durante el trayecto de dos cuadras y media de distancia hacia el hospital tuvimos que parar dos veces para poder recuperarme, ya no podía pero yo mismo me daba fuerzas con tal de poder salvar a mi madre. Nunca se me hicieron tan largas esas dos cuadras y media como en aquella terrible noche, en medio de la oscuridad y del loquerío de las demás personas, avanzamos como en una caravana de terror.
Cargaba a mi madre con la esperanza de que en el hospital pudieran salvarla, pero al llegar los pacientes estaban siendo evacuados al campo deportivo Irma Cordero, que se encontraba enfrente, y eran colocados junto con los heridos, que echados en el suelo esperaban la ayuda de algún doctor que nunca llegaba. Como allí no encontramos a nadie que la pudiese atender la llevamos al mismo hospital, allí la situación era más caótica, los pocos médicos que habían no se daban abasto para atender a tantos heridos, a duras penas conseguí que un doctor observara a mi madre, la examinó durante algunos minutos y me dijo que ya no había nada que hacer, que estaba muerta, con lagrimas en los ojos le pedí que por favor la examinase nuevamente, felizmente accedió y me ratificó su diagnostico, mi madre estaba muerta. Me quedé absorto parado frente a ella, hubiera querido poder retroceder el tiempo pero ya nada se podía hacer, mientras la observaba detenidamente miles de pensamientos cruzaban por mi mente, si no hubiera sido por la manchas de sangre en su nariz, hubiera creído que estaba durmiendo y que en cualquier momento despertaría; también reflexionaba sobre lo efímero que era nuestra vida, pues nadie sabe ni el día, ni la hora, ni la forma en que va a morir pero nunca se me ocurrió pensar que mi madre pudiese morir de esta forma tan absurda.

En un momento de lucidez, me di cuenta que el Padre Emilio, sacerdote de nuestra parroquia estaba a unos metros de nosotros, me acerqué a él y me pude dar cuenta que su rostro estaba blanco por la polvareda, le pregunté por su estado, tenía fracturado el brazo izquierdo y rota la cabeza, lo noté muy conmocionado, luego me contó que él había estado celebrando la misa en el momento del terremoto y que había visto como todo se desplomaba sobre las personas, junto a él se salvaron un acólito y su madre que se refugiaron en el altar mayor. Le expliqué que mi madre había muerto y a pesar de su conmoción se ofreció a orar por ella, parados frente a mi madre, el padre Emilio, mi hijo Oscar y yo oramos por el descanso eterno de mi madre. Fue un gesto muy hermoso del padre que siempre se lo voy a agradecer.

Durante un tiempo indeterminado permanecí al lado de mi madre acariciando su cabello, nunca lo sentí tan suave como aquella noche, cuando empecé a comprender cuál era la dura realidad, tome la dolorosa decisión de dejarla y regresar a ver a mi familia. Antes de retirarme, recuperé sus pertenencias personales.

EN MEMORIA DE MI MADRE:



Juana Margot Moquillaza Román de Peña, así se llamaba mi madre nació un 27 de Setiembre de 1932 en la ciudad de Pisco, hija de Máximo Moquillaza Angulo y de Sabina Román viuda de Moquillaza. Se casó con Félix Malaquías Peña Falconí, con quien tuvo 7 hijos: Félix Abraham, Jorge Luis, Ulises Federico, Félix Luis de León, Marco Antonio (fallecido a 3 días de nacido), Angel Fernando y Milagros Margot.
Desde que tuve uso de razón siempre supe que era una mujer ejemplar, de muy joven trabajó como empleada técnica en el Policlínico de Salud (hoy Essalud) cuando estaba ubicado en una antigua casona de la 3ra cuadra de la Av San Martín, posteriormente ingresó a la Universidad Nacional San Luis Gonzaga de Ica; trabajaba de día y estudiaba de noche, junto con varios contemporáneos todos los días viajaba a Ica por la tarde y regresaban a Pisco cerca de la medianoche, logrando graduarse en la primera promoción de Educación de dicha universidad. Posteriormente fue Promotora y Directora del Colegio Particular “Domingo Savio”, dentro de la educación pública es muy recordada por su trayectoria como profesora del Instituto de Comercio Nº 52 (que funcionaba en las instalaciones de la GUE “José de San Martín”), del Colegio “Bandera del Perú” primero en la Nocturna y después en la Diurna hasta ejercer el cargo de Directora del alma mater femenina de nuestra provincia.










A pesar de haber pasado al retiro, continuó en su infatigable labor como educadora, distinguiéndose por haber dirigido importantes colegios particulares de Pisco como “Santa Ursula”, “Simón Bolívar” y “San Agustín”; también fue promotora de la Academia “Alpha” y CENFOTUR.










Como todos los días, desarrollaría su trabajo hasta las 2.30 pm, y luego se iría a casa a atender a su querida madre Sabina y a realizar sus labores hogareñas cotidianas. Pero ese fatídico 15 de Agosto decidió regresar por la tarde al colegio para trabajar en los últimos preparativos de un concurso educativo de nivel regional que estaba organizando. Siendo las 6.40 de la tarde el destino le jugó una mala pasada a esta gran mujer que dejó un gran ejemplo no sólo a nosotros sus hijos sino también a varias generaciones de pisqueños que estuvieron a su cargo en las aulas.

Mientras escribo estas líneas viene a mi mente una anécdota que pasé con mi madre cuando aún era un niño: Era hermosa tarde soleada, caminabamos juntos hacia la Plaza de Armas de Pisco, cuando se dio cuenta que iba con la cabeza gacha, ella me llamó la atención y me dijo que siempre debemos caminar mirando adelante y con la frente bien en alto. Sus palabras me impresionaron tanto que de allí en adelante nunca más volvi a agachar la cabeza, Tal vez en ese momento no comprendí la trascendencia de sus palabras, pero su enseñanza me acompañará el resto de mis días.

Ahora comprendo que lo que hace grande a los hombres no es lo que posee, sino la forma en que ha vivido y sencillamente así vivió y así murió ella, siempre luchando.

30 marzo 2008

15/08/2007: UN DIA QUE JAMAS OLVIDAREMOS

Algunos días después de aquel fatídico terremoto, y mientras caminaba solo por las oscuras calles de Pisco, empezaba a tomar conciencia de que nos había tocado vivir los momentos más dramáticos de nuestra historia moderna y pensando en todos aquellos que habían muerto trágicamente aquel día, fue que me hice la firme promesa de contar lo vivido. Hoy después de aproximadamente 7 meses, me atrevo a cumplir esa promesa.

Miércoles 15 de Agosto del 2007: Eran las 6 de la tarde, poco a poco el cielo empezaba a oscurecerse marcando el final de un día que había transcurrido apaciblemente, estaba escribiendo un documento en la PC de mi pequeño negocio, mientras meditaba sobre la conversación que había tenido con mi madre el día lunes y que se había quedado inconclusa (ya no recuerdo porque circunstancias) y, sin entender porque, una leve tristeza se apoderaba de mi. Mientras tanto, afuera la vida continuaba y nada hacia presagiar lo que estaba por suceder.

Pensaba también en que ya era hora de que mi hijo Oscar regresara de la casa de unos amigos a quienes había ido a visitar, mientras que mi esposa Olga con el pretexto de salir a comprar, convencía a mi hija Alexandra para ir juntas para que no vaya a chater con sus amigos a una cabina de internet (después mi hija comprendería que este cambio de planes le salvó la vida).

El reloj marcaban las 6.40 y hacía apenas un par de minutos que mi esposa y mi hija se habían despedido con el compromiso de regresar pronto, pues que teníamos una reunión en la Parroquia. Me había quedado solo en la casa y estaba concentrado en el tipeo de un documento, cuando un fuerte remezón me puso en alerta, nunca se me ocurrió pensar de que se estaba iniciando la tragedia que Pisco nunca podrá olvidar.

El departamento de Ica es una zona de regular actividad sísmica por estar ubicada sobre la Placa de Nazca, y aunque no son constantes los movimientos teluricos, estábamos acostumbrados a que de vez en cuando un temblorcito nos asuste un poco. Hace algunos años atrás cuando en el Perú se pronosticó un gran terremoto, el Instituto Nacional de Defensa Civil inició una campaña de concientización sobre la prevención de desastres. Fue desde esa época, que con mi familia decidimos estar preparados para cualquier eventual desastre y tomamos algunas medidas, como el de tener un maletín con algunos elementos necesarios para estos casos, la ruta de escape y lo principal fue que ubicamos el sector más seguro en caso de un fuerte sismo; con el transcurrir del tiempo esta práctica se haría un hábito.

Acostumbrado a que nada grave ocurriese, yo era de las personas que cuando había un temblor no salía corriendo, me quedaba allí esperando a que éste terminase. Pero en aquella oportunidad fue diferente, apenas se inició el movimiento, algo o alguien dentro de mí, me hizo comprender en cuestión de segundos que esto era sumamente grave, simultáneamente la energía eléctrica se fue en toda la ciudad y me quedé completamente a oscuras, y aunque estaba cerca de la puerta de calle, corrí hacia adentro buscando nuestra zona de seguridad.

La casa donde vivía tenía aproximadamente unos 50 años de antiguedad y había sido construida con materiales de adobe y quincha, era la casa de los padres de mi esposa y fuí a vivir allí cuando nos casamos, durante 19 años este fue el ambiente en donde nos tocó vivir momentos muy alegres como también tristes. Una fuerte carga emocional nos unía a esta casa, pues aquí nacieron mis hijos, el primero a quien pusimos por Ulises murió en el vientre de su madre cuando estaba por cumplir los nueve meses; mi segundo hijo fue mujer y nació en Chincha, debido a que después del fallido embarazo, Olga se puso en tratamiento con un médico que trabajaba en Chincha. Tiempo después mi esposa estaba embarazada, y en una oportunidad cuando ya tenía ocho meses, regresabamos de Lima a Pisco de hacer unas visitas familiares y durante el viaje se sintió mal, por lo que decidimos bajarnos antes en la ciudad de Chincha para que su médico le hiciera un chequeo, inmediatamente fue internada y al otro día un 28 de Marzo, nació nuestra hija Alexandra Elena. Nuestro tercer hijo fue varón y le pusimos por nombre Oscar Alberto (Oscar en memoria de Monseñor Oscar Romero y Alberto por su abuelo materno), él también nació en Chincha.

Cuando llegué al patio y me ubique en la parte central, recién empecé a comprender lo grave del asunto, pues el temblor no tenía cuando terminar y los movimientos eran cada vez más fuertes, parecia que la tierra iba estallar en cualquier instante o que se iba a abrir bajo mis pies. En esos terribles momentos, sentí que el demonio estaba furioso y quería acabar con nosotros En donde estaba podía escuchar ruido de golpes, de cristales que se rompían, los gritos de terror, el llanto de las personas. Clamé fuerte a Dios y me puse a orar, hasta que la tierra dejó de temblar, fueron minutos interminables.

Siempre había escuchado de quienes practican deportes de alto riesgo que sentían en su cuerpo "full adrenalina", ahora comprendo porque, pues aunque estaba viviendo los momentos más terribles de mi vida, debo confesarles que no sentía miedo, la adrenalina que corría por mis venas me infundían el valor y la serenidad, solo quería estar vivo. Los movimientos fuertes ya habían cesado, pero la tierra continuaba meciendose suavemente, fue entonces cuando decidí salir a buscar a los míos.

Eran tantos los años transcurridos en esa casa que ya me la conocía de memoria, esto me ayudó pues en esos instantes la oscuridad era total. Me parecía estar protagonizando una pesadilla de la cual no podía despertar y en la que el tiempo no existía, con cierta dificultad atravese el comedor, y a pocos pasos de la puerta me encontre con un cuadro tremendo, gran parte de la fachada de mi oficina y toda la pared de mi dormitorio se habían derrumbado hacia la calle. Sobre lo que había quedado de la pared del dormitorio vi una silueta, era mi hijo que angustiado me estaba llamando, a gritos le respondí que estaba bien y así traté de tranqulizarlo, solo pudimos abrazarnos un momento, como pudimos pasamos por encima de los escombros, fuimos a buscar a Olga y Alexandra, no sabíamos que donde estaban, felizmente metros más adelante nos encontramos y nos juntamos en un abrazo.

Por un espacio de unos 15 minutos estuvimos indagando por la suerte de nuestros vecinos y tratando de darnos valor unos a otros. Luego junto con mi esposa e hijos decidimos ir a buscar a mi mamá. Lo más terrible me faltaba por vivir.

(continuará ....)